La jornada del miércoles 21 de mayo de 2014 comenzó
con la declaración de Silvia Inés
Cavecchia, quien permaneció secuestrada en La Cacha
durante 1977. Silvia ya había declarado en la cuarta audiencia, el miércoles 12
de febrero de 2014. Desde entonces había quedado pendiente la posibilidad de
que se le exhibieran fotos para identificar a alguna de las personas que
participaron en su secuestro y torturas. En esta oportunidad Silvia declaró sin
la presencia del público y realizó el reconocimiento fotográfico pendiente.
Después del mediodía declaró José Luis Passadores, hijo de Luis José Passadores, ambos secuestrados
en La Cacha durante 1977.
Relató detalladamente que en marzo de 1977 él tenía
16 años, estaba por comenzar el cuarto año del bachillerato y empezaría a
trabajar con su padre cubriendo el turno de noche en una cochera en la calle 4
y 50 de La Plata. Era
la noche del miércoles 16 de marzo y se quedaría por primera vez hasta las 8 de
la mañana del día siguiente.
Cerca de la medianoche llegaron Rubén Contardi, el
encargado de la cochera, y un cliente, Mauri. Poco más tarde ingresó un grupo
que se identificó como de fuerzas conjuntas. Mataron a la perra de un disparo,
les taparon la vista a los tres, se llevaron a Rubén y Mauri y a él lo
interrogaron en la oficina del lugar hasta la mañana siguiente, preguntando por
Antonio Bettini, el dueño de la cochera, y su hijo Carlos.
Recordó que estos hombres poseían armas largas,
llevaban bolsas, tal vez con municiones, y que una vez dentro de la cochera se
ubicaron en distintos puntos. En la parte superior de la cochera permanecieron
tres hombres de civil; al ir llegando los clientes para retirar sus autos, eran
interrogados en la entrada por sus datos personales; luego los hacían mirar
hacia arriba, para que aquellos los controlaran. Uno de los hombres que estuvo
allí tenía una mancha en la cara, la única característica que pudo recordar.
También se refirió al robo, ya que pudo ver cómo se
llevaban en una camioneta del estacionamiento una heladera, un escritorio,
motos de los clientes.
Por la mañana llegó su padre; también fue
interrogado. Cerca del mediodía del jueves permitieron que su padre regresara a
la casa y él permaneció en la cochera como rehén. En algún momento de la tarde
que no pudo precisar se retiraron del lugar.
Después de eso pudo salir para asistir al primer día
de clases del año. Salió temprano de la escuela y pensó pasar por su casa y
luego volver a la cochera a cumplir con su trabajo. Pero al bajar del colectivo
se encontró con gente armada esperándolo, preguntando por su padre. Lo
vendaron, ataron e introdujeron en el baúl de un auto. Después sabría que
habían permanecido en su casa, con su madre y su hermana, hasta la madrugada,
rompiendo y robando todo lo que pudieron. Entre otras cosas se llevaron el
boleto de compra venta de la casa en la que vivían y el de un terreno que
poseían en Berisso, en el que habían vivido años atrás. Nunca más lo
recuperaron.
Luego relató que lo llevaron de regreso a la cochera,
en donde secuestraron a su padre. De allí condujeron hasta La Cacha.
En el lugar pudo ver que estaban Alfredo Temperoni
-chofer de la familia Bettini-, Rubén Oscar Contardi -encargado de la cochera-,
Antonio Bettini -dueño de la cochera-, María Cristina Temperoni -hija de
Alfredo, casada con Rubén- e Inés Alicia Ordoqui –prima de Rubén-. También
habían secuestrado a Mauri, el cliente que había ido a la cochera con Rubén.
Señaló que su padre, Bettini, Temperoni y Contardi
fueron torturados casi dos noches consecutivas; hasta el presente recuerda sus
gritos. Luego fueron separados los que permanecieron en el lugar y los que serían
liberados. Alfredo y su hija, Ordoqui y él permanecieron con un chico joven,
conscripto, que era de Mar del Plata y tenía úlceras en las rodillas.
Permaneció cuatro días en La
Cacha. Durante ese tiempo estuvo permanentemente con la
vista tapada.
El lunes dijeron que los liberarían. Lo llevaron en
un auto con Alfredo Temperoni; a él lo dejaron en las inmediaciones de 66 y
197, desde donde tomó un colectivo hasta su casa. Supo que a Alfredo lo dejaron
más cerca de la ciudad.
Más adelante Alfredo le contó que María Cristina e
Inés Alicia habían sido liberadas. También que a él lo habían secuestrado otras
veces pidiendo ropa para su yerno.
Indicó también que una persona allegada a la familia,
con cierta relación con las fuerzas de seguridad, les comentó que su padre
habría sido asesinado en agosto de 1977; para esa época fue encontrado un
hombre con el anillo de matrimonio de su padre, que había sido acribillado en
la calle, simulando una fuga o ataque.
En este juicio no se investigan los delitos cometidos
en perjuicio de José Luis ni de su padre.
Luego fue el turno de Alberto Alfio Cavalié, quien permaneció secuestrado en La Cacha
durante 1977.
Relató que en 1977 trabajaba en la fábrica de vidrio
Rigolleau, frente a la estación de Berazategui. Con dos compañeros de trabajo,
Rubén Darío Barriento y Esteban Colman, solían hacer el camino de regreso a
casa juntos, ya que los tres vivían cerca.
En los primeros días de diciembre de 1977 salieron de
la fábrica como siempre; levantaron por curiosidad un panfleto que encontraron
en el suelo. Hombres de civil que venían detrás de ellos los acusaron de estar
repartiéndolos y a punta de pistola los llevaron hasta la Comisaría 1° de
Berazategui.
Allí pasaron la noche tirados en el patio. Al día
siguiente los trasladaron al Regimiento 601 de City Bell. En aquel lugar
personal militar discutía sobre el lugar al que serían derivados. Finalmente
decidieron llevarlos a la Comisaría 8° de La Plata.
Alberto relató que allí había presos comunes y presos
políticos, todos mezclados; pero más tarde supo que en la lista que pasaban,
los presos políticos tenían una marca junto a su nombre.
Estuvieron allí pocos días, hasta que los obligaron a
meterse en el baúl de un auto y los trasladaron a La Cacha ,
un lugar que no imaginaba que podía existir.
Recordó los sonidos del lugar, las características
que pudo percibir, la cantidad de gente que vio secuestrada, el maltrato. No
podían moverse, hablar o mirar. Comían una vez por día. Mientras estuvo allí,
le dieron una pastilla diariamente; nunca supo para qué era. En el lugar perdió
completamente la noción del tiempo.
Indicó que un conscripto los vigilaba. Una persona
los llevaba al baño y recordó que decía la frase “vienen coches”, lo que
significaba la llegada de un grupo para interrogar a los secuestrados.
Él fue separado de sus compañeros y en distintos
momentos de su cautiverio fue llevado a otro lugar para ser interrogado bajo
tortura. Describió el lugar como una casita en donde fue torturado con el paso
de corriente eléctrica. Los torturadores llamaban a esto “darle máquina”.
Por lo menos tres hombres participaban en el
interrogatorio; uno manejaba el paso de la corriente, otro preguntaba y un
tercero vigilaba. En una oportunidad lo torturaron con sus otros dos
compañeros.
De las personas que estuvieron secuestradas con él
recordó a una joven, que permanecía alojada a su lado. Le llamó la atención que
no estuviera encapuchada y cree que estaba embarazada. Indicó que podía
tratarse de Laura Carlotto.
Una noche fue liberado con sus compañeros de trabajo
en el Parque Pereyra Iraola, una zona de pastizales altos. Regresó a su casa
destruido, pesando treinta kilos, con la ropa hecha harapos. Durante mucho
tiempo pensó que era seguido y vigilado y le costó mucho recuperarse de lo que
vivió en esos días, un momento muy triste para toda su familia. Fue
reincorporado en su trabajo, sin que nunca le preguntaran nada al respecto.
Con los años, leyendo, supo que había estado
secuestrado en La Cacha.
Alberto se emocionó al recordar a su amigo y
compañero de trabajo Rubén Dario Barriento, quien falleció hace años por
problemas cardíacos.
Al finalizar esta declaración se discutieron las
condiciones en las que Inés Alicia Ordoqui debe realizar el reconocimiento
fotográfico que quedó pendiente desde su declaración en la cuarta audiencia, el
miércoles 12 de febrero de 2014. Entre otras cosas, el abogado del imputado
Claudio Raúl Grande, Juan José Losinno, nuevamente recusó –sin éxito- al
presidente del tribunal.
Luego declaró Julio César Chávez, quien también permaneció secuestrado en La Cacha
durante 1977.
Una noche de febrero de 1977, cerca de medianoche,
irrumpió en su casa un grupo de hombres disfrazados, armados. Él vivía con su
mujer y sus dos hijos de seis y tres años. Luego supo que antes habían
ingresado equivocadamente en la casa de un vecino buscándolo a él.
Julio tenía entonces veintisiete años; era peronista
y trabajaba en la Dirección
de la Energía
de la Provincia
de Buenos Aires (DEBA). Le decían Cacho.
Después de revisar la casa se lo llevaron con la
cabeza tapada con una sábana. En la esquina lo introdujeron en el baúl de un
auto y lo llevaron a La Cacha. Recordó que
aquellos momentos tenía un temor tremendo y estaba preparado para morir.
Lo alojaron en un lugar en el que lo esposaron a un
fierro. Él pensaba que era Arana,
pero le dijeron que se trataba de La Cacha. Allí
lo interrogaron bajo tortura; le preguntaban sobre sus compañeros y si era
pariente de los Chaves. También simularon fusilarlo. Indicó además que los
torturadores llamaban “parrilla” al lugar en donde torturaban.
Su hermano gemelo, Alcides Chávez, también fue
secuestrado y alojado allí.
Entre las personas secuestradas recordó a Oscar
Horacio Molino.
Entre los guardias y torturadores mencionó a Quique, El Francés.
Relató que permaneció secuestrado más de un mes y lo
liberaron con su hermano en la zona de Costa Sur. Allí pidieron ayuda a los
vecinos y pudieron regresar a sus casas. Después pudo reincorporarse a su trabajo.
En el final expresó que declaraba por los treinta mil
desaparecidos y pidió que se haga justicia.
Luego se escucharon las declaraciones de Susana Elena Habiaga, Guillermina García Cano y Carolina García Cano, esposa e hijas de
Guillermo Marcos García Cano.
Guillermo era ingeniero mecánico y militaba en
Montoneros. Tenía tres hijas con Susana y desde agosto de 1976 no convivía más
con ella.
El 20 noviembre de 1976 fue a dejar a su hija
Carolina, de nueve años, en la casa de una amiga. Por la tarde debía pasar a
buscarla, pero nunca lo hizo. Fue secuestrado en la calle. Por otra parte, la
casa de la hermana de Guillermo fue ocupada por un grupo de hombres.
Susana fue con sus hijas por un tiempo a Lobería; luego
regresaron a La Plata
y después permanecieron en Mar del Plata durante 1977.
Poco tiempo después del secuestro de Guillermo, los
secuestradores se pusieron en contacto con sus padres. Concertaron a partir de
entonces varios encuentros con la familia.
En diciembre de 1976, cerca de navidad, Guillermo se
encontró con sus hijas por primera vez después de su secuestro. Fue un almuerzo
en la casa de los padres de Guillermo en Plaza Olazábal. Un grupo de hombres de
civil lo llevaron allí. Tanto Guillermina como Carolina recordaron el encuentro
y dijeron que su padre se encontraba cambiado, demacrado, triste.
También recordaron los nombres de las personas que lo
vigilaban –Carlitos, El Oso, Amarillo, El Francés-.
Las visitas siguieron concertándose a lo largo de 1977 a través de los padres
de Guillermo. Guillermina recordó que vio a su padre en tres o cuatro
oportunidades en la Brigada de Investigaciones de La Plata y cerca de cinco
veces más en casa de sus abuelos.
Por su parte, Carolina recordó que en el mes de
febrero de 1977 fue con su abuelo a la Brigada de Investigaciones de La Plata a llevar un lechón
para el cumpleaños de su padre. Esa vez ella no bajó del auto y no se
encontraron con Guillermo.
Las visitas que realizaron a la Brigada de Investigaciones de La Plata las hacían las
niñas acompañadas por sus abuelos. Allí se entrevistaban con Guillermo en una
sala con sillones grandes. También pudieron conocer un lugar en el que su padre
dormía con otras personas secuestradas, entre ellas una mujer embarazada.
También recordaron que en esas visitas estaban los familiares de los otros
compañeros, entre los que mencionaron a Domingo Héctor Moncalvillo, Liliana
Amalia Galarza, Pablo Joaquín Mainer y María Magdalena Mainer.
Durante su secuestro Guillermo envió además algunas
cartas a sus hijas en las que describía el lugar en el que estaba y mencionaba
a las otras personas secuestradas. El 30 de abril de 1077 envió una en la que
decía que se encontraba en un lugar distinto, lindo, con un jardín y una casa
rodante. A partir de entonces las visitas sólo se realizaron en la casa de los
padres de Guillermo.
Susana contó también que pudo encontrarse con él en
cuatro oportunidades mientras estuvo secuestrado. En ellas no estaban presentes
las personas que se encargaban de trasladarlo y vigilarlo. Recordó que la
primera vez que lo vio tenía algunos dientes rotos, la mirada de anciano y
lloraba y permanecía en silencio, deprimido. Dijo que le impresionó mucho verlo
así, más de seis meses después de su secuestro, entre abril y mayo de 1977.
Lo vio en otra oportunidad en la casa de la tía, con
las niñas y otra vez en casa de sus suegros; entonces Guillermo, las niñas y
ella se quedaron a dormir.
Tanto Susana como sus hijas recordaron también la
última entrevista. Les habían dicho que debían confeccionar sus pasaportes
porque existía la posibilidad de que Guillermo saliera del país a Uruguay.
Susana tenía que concurrir una tarde, fuera del horario de atención al público,
a la delegación de la
Policía Federal en La Plata con sus hijas y preguntar por El Oso.
Así lo hizo; pero al preguntar al guardia por El Oso la obligaron a no detenerse.
Asustada fue a la casa de sus suegros. Allí recibió un llamado de Guillermo
diciendo que estaba esperándola en el lugar y que regresara. Al volver le
dijeron que tendría que haber aclarado que estaba preguntando por “gente de los
servicios”.
La hicieron pasar con las niñas a una sala en la que
estaba Guillermo con un hombre -tal vez fuera El Oso- vestido de civil, quien dijo que se encargaría de conseguir
garantes para poder expedir los documentos. Otra persona escribía a máquina.
Susana cree que los pasaportes se los alcanzaron al
padre de Guillermo. Muchos años después los presentó al declarar en el Juicio
por la Verdad. Nunca
vio el pasaporte de su marido.
Hasta octubre de 1977 la familia siguió teniendo
contacto con Guillermo. Hacia noviembre habían preparado una valija con ropa
nueva para el tan esperado viaje y el padre de Guillermo había entregado además
cerca de ocho mil dólares; creían que Guillermo sería liberado.
Entre fines de noviembre y diciembre de 1977 llamaron
a casa de los padres de Guillermo para avisar que había salido del país. A
partir de entonces no tuvieron más noticias sobre él.
Tiempo después, Susana supo por liberados que Guillermo
había estado en La Cacha , entre ellos
Patricia Nora Rolli, quien conocía a Susana y Guillermo desde antes del
secuestro. Guillermo no mencionó en ningún encuentro que había estado allí.
Los padres de Guillermo fallecieron, pero sus nietas
recordaron que las personas que llevaban a su padre y también visitaban la casa
de sus abuelos en forma sorpresiva. Además, el padre de Guillermo, carpintero,
fue obligado a confeccionar unos muebles para uno de los secuestradores, El Oso o El Amarillo. La madre de Guillermo decía que una de esas personas
se llamaba Colores.
Guillermina recordó que en las visitas a la casa de
sus abuelos, quienes traían a su padre revisaban toda la casa; iban bien
vestidos, de civil, con traje y zapatos lustrados y en algunas oportunidades
permanecían en el lugar hasta que terminaba la visita.
También mencionaron que en sus cartas Guillermo hacía
ciertas observaciones relacionadas con la iglesia como concurrir a misa, temas
sobre los que nunca se había preocupado antes. Años después el abuelo de las
niñas se sorprendió al ver en el boletín de una de ellas la firma de la
secretaria de la escuela de apellido Von Wernich; recordó entonces al cura que
había participado en el secuestro de su hijo.
No hubo preguntas de las partes sobre la hija o hijo
de Guillermo que aún permanece desaparecido; debió haber nacido durante el
cautivero de su madre, Graciela Irene Quesada, otra secuestrada.
La próxima audiencia fue convocada para el viernes 23
de mayo a partir de las 10.00 hs. Se prevé la declaración de Julio Horacio
Pigeau, Rubén Alejandro Martina, Maitena Barrenese, Néstor Ángel Siri, María
Teresa Calderoni y María Elvira Luis.
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