La jornada del miércoles 16 de abril de 2014 comenzó
con la declaración de Alejandra Slutzky,
hija de Samuel Leonardo Slutzky.
Alejandra Slutzky
Indicó que para entender lo que sucedió con su padre
y su familia era necesario hacer una contextualización histórica. Por ello se
refirió a la trayectoria política e ideas de aquel. Recordó la militancia desde
la década del ´60 de Samuel y de su madre, Ana Svensson, la experiencia en Cuba
y Taco Ralo, los cinco años de encarcelamiento entre la Cárcel de Devoto y la U 9 de La Plata. También los
años en que ella y su hermano Mariano lo visitaban en la cárcel y la
comunicación que mantenían por medio de cartas. Señaló que esa experiencia
constituyó para ellos parte de su formación como personas, una manera de
distinguir lo bueno de lo malo. En esos años de cárcel su padre desarrolló
nuevas ideas que se diferenciaban de la militancia anterior. Después de la
cárcel, Samuel comenzó a trabajar como médico sanitarista en La Plata.
En esos años su madre tuvo que ser hospitalizada. En
1976 secuestraron a su tío paterno, Daniel Slutzky, y su esposa, Esther Alonso,
quienes poco después fueron liberados. Alejandra recordó sus impresiones al
verlos: el olor, la mirada, la desesperación. Más adelante ambos se exiliaron
en Honduras.
También se refirió detalladamente al operativo que
tuvo lugar en su casa en la noche del 21 al 22 de junio de 1977. Ella tenía
entonces 12 años. La pareja de su padre, Susana, abrió la puerta; en la casa
había cuatro niños, sus hermanos Mariano y Francisco Solano, Juliana -hija del
primer matrimonio de Susana-, y ella. Alejandra relató cómo se llevaron a su
padre; cree que él tal vez conocía a quien parecía el jefe del operativo.
Luego, el largo camino hacia el exilio. Esa noche
fueron a la casa de la asistente de su padre, dos noches después regresaron
para ver toda la casa revuelta, días sin comida, ayuda de algunos amigos y
gente querida. Mientras tanto, esperaban que Samuel regresara.
Poco tiempo después decidieron mudarse a Capital
Federal. En esa época Alejandra continuaba escribiendo cartas a su padre,
esperándolo. A través la madre de Susana organizaron su viaje al exterior.
Primero fueron a Río de Janeiro y, una vez que fue aceptada la solicitud de
asilo político, a Holanda.
Su madre, Ana, permaneció en Argentina, internada.
Sus dos hermanos se habían exiliado, sus padres habían muerto. Además Ricardo
Andrés Svensson, otro hermano, había sido asesinado en enero de 1977. Ella y
Mariano crecerían en Holanda lejos de su madre; con el tiempo perdieron
contacto con ella.
Apenas adolescente conoció el mundo de los refugiados
políticos; refugiados de Chile, Argentina, Uruguay, todos juntos compartiendo
las pérdidas, los sufrimientos y la preocupación constante por los
desaparecidos; ella, pensando en que su padre pudiera encontrarlos. Poco a poco
se integró en la vida holandesa; estudió mucho, hizo el secundario, luego la
universidad y explicó que trabajó en su exilio por vivir en una sociedad más
igualitaria y solidaria.
Años después supieron por medio de personas liberadas
que su padre había permanecido secuestrado en La Cacha
veinte días y que no habría sobrevivido a las torturas. Según quienes tuvieron
contacto con él, Samuel temía no sobrevivir nuevamente a las torturas, ya que
las había padecido años antes cuando fue encarcelado.
Con el tiempo investigaron en dónde podrían
encontrarse sus restos, los buscaron en el Cementerio de La Plata ; hoy no tienen ninguna
hipótesis firme sobre la cual avanzar. Alejandra calificó la desaparición como
el crimen más terrible, porque obliga a imaginar la muerte de los seres
queridos. Señaló que frente a la suposición de la muerte se levantan refugios
para no aceptarla; en lo profundo de su corazón espera el regreso de su padre.
Entiende que lo que sucedió con Samuel fue un
asesinato y quienes saben lo que ocurrió entonces están haciendo uso de un
derecho que no tienen, el de quedarse con la verdad.
Mencionó que Carlos Ernesto Castillo, el Indio, y Héctor Raúl Acuña, el Oso, conocían a su padre de su
detención en la UP
9. Recordó, como lo hizo su hermano en su declaración el 7 de marzo, la
especial fijación que tenía Acuña con su padre y otros presos políticos, su
antisemitismo. También señaló que Aníbal Blanco, jefe del GT3, pidió que su
padre fuera investigado. Por otra parte, Oscar Carlos Macellari firmó la
cesantía de su padre al día siguiente del secuestro, sin investigar lo sucedido
con él.
En cuanto a su madre, después de años de separación,
pudo conocer hace poco nuevos aspectos de su vida, su militancia, sus contactos
con figuras notables de la cultura como Julio Cortázar, quien continuó
escribiéndole durante años.
Agradeció además la búsqueda de familiares y
compañeros, ya que fueron los que juntaron las primeras evidencias, los que
permitieron que se sepa lo que sucedió con su padre y con el resto de los
desaparecidos. En el final de su declaración, no quiso dejar de recordar las
palabras que su padre le escribió desde la cárcel por la belleza que
reflejaban, escritas en un contexto totalmente adverso. Leyó entonces una
canción, Carta a la nena nadadora.
A continuación declaró Ernesto Martín Hütter sobre el secuestro de Susana Leiva y Adrián
Claudio Bogliano.
Ernesto Martín Hütter
Se refirió a las gestiones que la familia realizó
para dar con el paradero de la pareja. Al presentarse en la Comisaría de Villa Elisa
para radicar la denuncia del secuestro vio un telegrama en el que se solicitaba
libertad para actuar en la zona de la casa de la familia Bogliano; Fontana, de
Seguridad Federal, estaría al frente del operativo.
El 18 de agosto, seis días después del operativo,
recibieron un llamado telefónico en el que indicaban que Susana estaba bien y
que regresaría. Más adelante supieron que la casa fue vaciada, saqueada
completamente.
Continuaron las gestiones ante el Ministerio del
Interior, el Poder Ejecutivo, la
Policía , sin resultados. El 23 de agosto de 1983 fue citado
por el Comisario General Alberto Páez de la Policía Federal ;
éste reconoció que Fontana había participado en el operativo, pero se negó a
ofrecerle más datos sobre él; también le hizo la recomendación de que dejara de
indagar sobre el asunto para no meterse en problemas.
Su esposa se presentó en el Edificio Libertad, en
donde Susana trabajaba, para hacer la denuncia sobre su desaparición. Allí,
indicó, se vieron sorprendidos por la noticia.
Las tres declaraciones que se escucharon a
continuación se refirieron a la persecución que sufrió la familia Gallego.
Vivían en Ensenada, en un terreno que
albergaba tres casas. En la casa del frente vivían Mario Oscar Gallego
–militante de la JP
y Montoneros- y su esposa, María del Carmen Toselli; tenían dos hijas, María
Marcela de seis años y María Andrea de siete. En el medio del terreno estaba la
casa de Élida Beatriz Arce y sus dos hijos, Sebastián Gallego de tres años y
Hernán Severino Gallego de cuatro; el padre de los niños, Eduardo Luján Gallego
–militante del PC-, había muerto poco tiempo atrás. En el fondo, vivían los
abuelos, Severino Gallego, jubilado del Frigorífico Swift, y Helvecia Catalina
Medina.
Estela Gallego, otra hija de Severino y
Helvecia, solía ir a dormir con sus padres cuando su marido, Jorge Néstor Moral
–militante del PC y trabajador del Astillero Río Santiago-, trabajaba en el
turno noche; llevaba también a sus hijos, Eduardo Mario de un año y Virginia de
cinco.
En la madrugada del 12 de agosto de 1976,
cerca de las 5 de la mañana, más de veinte hombres armados y disfrazados
ingresaron en la casa de la familia Gallego. Decían buscar armas; preguntaban
por Mario Oscar y por Eduardo Luján, que había muerto, y también por Jorge
Moral. Sólo encontraron ancianos, mujeres y niños.
A María del Carmen Toselli la golpearon
frente a sus hijas, la ataron de pies y manos y la llevaron al fondo del
terreno, en donde la dejaron sobre un pozo ciego. Más tarde, un hombre
corpulento que aparentemente era el jefe del operativo, la cargó en sus hombros
y se la llevó. A Élida Beatriz Arce la interrogaron por su marido; no creían
que estuviera muerto. La amenazaron con matar a su hijo, apuntándole al pequeño
con el arma en la cabeza; dos hombres la violaron. En el fondo encerraron a
Estela Gallego con los seis niños; ataron a Severino a un árbol y lo golpearon;
golpearon también a Helvecia cuando intentó desatarlo.
Después de revolver y saquear la casa y de
secuestrar a María del Carmen Toselli se fueron. Vecinos vieron que los
camiones que participaron en el operativo llevaban la inscripción BIM 3.
Antes de esa noche los Gallego habían padecido otros
dos operativos; en uno buscaban a un militante de Montoneros que había vivido
allí; en el otro buscaban a un hombre de apellido Castillo que vivía cerca.
Después del 12 de agosto, la familia decidió dejar la
casa. Fueron a Pinamar, a Entre Ríos; finalmente regresaron y encontraron que
todo había sido robado.
María del Carmen permaneció secuestrada
por muchos días. Cuando la liberaron estaba irreconocible. Además de haber sido
torturada, había pasado todos esos días sin la medicación ni la dieta especial
que debía llevar por su diabetes. Creyó haber estado en el BIM 3 y reconocer
unas escaleras y camas similares a las de un hospital.
Por otra parte, ya hacía tiempo que Mario
Oscar Gallego era perseguido. Por eso la familia no sabía en dónde permanecía y
mantenía comunicación con él a través de esquelas que se dejaban en la tumba de
su hermano, Eduardo Luján. Después del operativo de agosto de 1976 la
comunicación con él continuó. En marzo de 1977 se encontró con sus hijas y
planeó posteriormente pasar su cumpleaños, el 14 de abril, en su casa con toda
la familia. Ese día cumplía 35 años. Pero Mario no fue.
Años más tarde, en 1983, recibieron una carta de Ana
María Caracoche. En ella les contaba que Mario había estado secuestrado en La Cacha ,
que estaba desde antes de que ella llegara y que permanecía allí cuando ella
salió. Pudieron reconstruir por testimonios de liberados que permanecía allí
con una fuerza espiritual extraordinaria, que cantaba, intentaba hacer
gimnasia, era respetado por sus convicciones.
Treinta años después se entrevistaron con Ricardo
Victorino Molina, quien les contó sobre los últimos momentos antes del secuestro.
Mario quería tener algo de dinero para enviar a su familia; entonces acordaron
hacer trabajos de reparación en el departamento de una persona conocida.
Trabajaron allí muchos días y cuando estaban por finalizar, Mario no quiso
dejar la salida de los gases de un calefón sin arreglar. Ese día salió a buscar
la pieza que necesitaba. Después de esperarlo, Ricardo se dio cuenta de que no
regresaría; la moto que usaban permanecía estacionada en el mismo lugar. Al
preguntar en la zona si lo habían visto, nadie supo darle ninguna información.
Hernán Severino Gallego
En la audiencia, Hernán
Severino Gallego, hijo de Eduardo Luján Gallego y Élida Beatriz Arce, se
refirió fundamentalmente al operativo que afectó a toda la familia. En aquel
entonces él tenía 4 años y recuerda hasta hoy ruidos que no puede silenciar.
Vio cómo golpearon a su tía, a sus abuelos; relató cómo torturaron y violaron a
su madre, cómo amenazaron a su hermano. Recordó también haber visto a su tío
Mario mientras se ocultaba de las fuerzas de seguridad; cómo acompañaba a su
abuela al cementerio y veía la comunicación secreta que ella mantenía con
Mario. Rememoró la lucha de esa abuela, la esperanza de volver a ver a su hijo.
Destacó la importancia de declarar, de estar sentado frente a la justicia y
reivindicó a quienes lucharon por todos.
Estela Gallego
Por su parte, Estela
Gallego, casada con Jorge Moral y hermana de Mario Oscar Gallego, también
recordó la noche del operativo. Describió la crueldad y brutalidad con la que
fueron atacados entonces. También se refirió a la persecución que ella y su
marido vivían, la precaución que tomaban de no dormir en su casa por miedo.
Días después del operativo en la casa de sus padres,
su casa fue saqueada el 16 de agosto de 1976. Los vecinos le dijeron que el
camión que llevaban tenía la inscripción del BIM 3.
Ella, su marido, sus hijos y sus suegros consiguieron
alquilar una casa en la zona de El Dique. Dos días después, el 18 de agosto de
1976, cuatro hombres, camuflados, se presentaron allí preguntando por su
marido. Lo metieron en el baúl de un auto y se lo llevaron.
Treinta años después, en un acto en el Astillero Río
Santiago, supo que Gabriel Oscar Marotta lo escuchó; indicó que pasaban lista
de las personas secuestradas y éstas debían decir el número que les habían
asignado; Jorge gritó su nombre y fue golpeado. Al día siguiente aún permanecía
allí, pues escuchó que dijo su número cuando pasaron lista.
María Andrea Gallego
También María
Andrea Gallego, hija de Mario Oscar Gallego y María del Carmen Toselli, se
refirió al operativo de junio de 1976. Refirió sus recuerdos, cómo despertaron
ella y su hermana, cómo golpearon a su madre. Indicó que después del secuestro
María del Carmen perdió dos riñones y quedó ciega; su salud quedó muy
quebrantada y murió poco tiempo después en sus brazos. Su madre amaba y seguía
esperando a su padre. Ella y su hermana permanecieron un tiempo con los abuelos
maternos y luego se criaron separadas; María Marcela con los Toselli y ella con
los Gallego. Años más tarde pudieron reencontrarse.
En esta causa sólo se investiga la responsabilidad de
los imputados en la aplicación de
tormentos y privación ilegal de la libertad de Mario Oscar Gallego.
A continuación declaró Liliana Beatriz Méndez, casada con Eduardo César Cédola, ambos
secuestrados en La Cacha durante 1977.
Liliana Beatriz Méndez
El 13 de septiembre de 1977, después de
medianoche, tocaron el timbre de su departamento; dijeron ser de la policía. Al
abrir ingresaron cinco o seis personas vestidas de verde y de civil y con armas
largas. Revisaron la casa y la secuestraron a ella y a su marido. A ella la
llevaron en el asiento trasero del auto, a su marido en el bául. Dejaron a sus
hijos con el vecino del primer piso, quien avisó a la familia Cédola.
Liliana recordó que ella no militaba; por
su parte, Eduardo había participado en 1969 en la JP ; trabajó en el Hipódromo y luego en el
Astillero Río Santiago, en donde había vivido situaciones de amedrentamiento.
Desde un mes antes de su secuestro debió preparar a un persona, poniéndolo al
tanto de todo el trabajo que él realizaba.
En el trayecto, Liliana pudo reconocer la
dirección que tomaban hacia afuera de la ciudad. Llegó a La Cacha
separada de su marido. Después supo que lo torturaron y que le preguntaban por
Laura Cédola, su prima, el esposo de ésta y una mujer llamada Viki; en el presente cree que tal vez se
trataba de Victoria Navajas Jauregui, amiga de la joven que cuidaba a sus
hijos.
Liliana relató que ella también fue
torturada con picana. Recordó el temor que tenía al haber escuchado que un
guardia obligaba a una mujer a besarlo. Permaneció luego esposada en un salón
grande, que describió detalladamente. Los otros secuestrados le preguntaron sus
datos y más adelante supo que su marido también estaba allí. Pasaron días con
mucho miedo, temiendo que la volvieran a interrogar.
Recordó que por medio de los guardias supo
que sus hijos estaban bien, aunque enfermos; cuando ella fue secuestrada uno de
ellos tenía varicela. Cree que por medio de primos de su madre, que eran
policías, obtuvieron esta información.
También se refirió a las personas que
tenía a su alrededor, Ernesto Carlos Otahal, Susana Leiva, Adrián Bogliano.
Indicó que el 22 de septiembre cree que gente con importancia realizó una
visita al lugar; recuerda el silencio total de aquel momento. Ese mismo día
decían que enviarían a muchos a sus casas, como a Susana Leiva y Adrián
Bogliano.
En su declaración detalló las condiciones
en las que permanecían secuestrados, la comida que les daban; se comentaba que
provenía del ejército. Indicó además que a un sector del lugar le decían La Cueva ;
era la parte inferior, una especie de sótano en el que también había gente.
Entre los guardias y torturadores mencionó
a Palito.
El 26 de septiembre, cerca de las 20, los
llevaron a su marido y a ella en un auto; los encapucharon e hicieron bajar en
131 y 36; les dieron dinero para el taxi que los llevaría a su casa. Dos días
después fueron citados por la
Comisaría 2da de La
Plata , en donde tuvieron que declarar que se encontraban en
buenas condiciones.
Su marido volvió a trabajar en Astillero
Río Santiago con aparente normalidad, en el mismo puesto. Pero las condiciones
de trabajo fueron cada vez más hostiles, principalmente de parte del contador
que lo reemplazó durante su secuestro. Finalmente renunció.
Liliana recordó que continuaron viviendo
duramente, con algunos ahorros; su marido siguió sus estudios con mucho
esfuerzo hasta recibirse en la facultad de Ciencias Económicas de la UCA. Luego consiguió
trabajo en el Ministerio de Economía de la Provincia y luego en el de Nación.
Señaló que el miedo fue una de las
consecuencias más palpables; el carácter de su marido cambió, se volvió más
temeroso. En cuanto a las consecuencias familiares, destacó la incomprensión de
la gravedad de la situación que habían vivido.
Al finalizar su exposición, le fueron
exhibidas fotos para ver si podía reconocer entre ellas a alguna de las
personas que participaron en su secuestro y tortura. A pedido del defensor Juan
José Losinno se impidió la televisación del reconocimiento.
Luego fue el turno de María Rosa Gui, prima de Elba Leonor Ramírez Abella.
María Rosa Gui
Se refirió al contexto de persecución
política en el que se vivía. Señaló a un conocido de la familia, el policía
Horacio Hernández, como posible infiltrado que quiso obtener información sobre
los invitados a su fiesta de casamiento en el mes de enero de 1977. Señaló que
en los meses de febrero y marzo desaparecieron algunos de sus amigos.
En cuanto a su prima Elba Leonor, la vio
por última vez en abril en casa de su madre, con sus dos hijos -Ramón y
Leticia- y una amiga, Liliana Pizá. Supo de su secuestro al leer el diario El
Día; allí se hablaba de un enfrentamiento en Berisso, en el que habían muerto
dos hombres, Arturo Baibiene y Alberto Paira. Su marido y su suegro lo habían
escuchado en Radio Colonia.
Con su madre se dirigieron a la casa de
Elba. Ya habían pasado unos días, pero el barrio continuaba convulsionado.
Estaban desesperadas por encontrar a Elba y los niños, de los que no se decía
nada en el diario. Después de vencer cierta reticencia, lograron que los
vecinos les contaran que la cuadra había sido rodeada por camiones verdes del
Ejército; habían entrado en la casa y se habían llevado de allí a Elba
encapuchada en un Ford Falcón. Los niños fueron dejados con una vecina; ésta
les dijo luego que los chicos estuvieron allí, pero que personas desconocidas
se los llevaron.
Con mucho temor entraron en la casa;
vieron algunos pañales de tela colgados, otros retorcidos en el suelo; no
encontraron balas ni marcas en las paredes del supuesto enfrentamiento. Pero sí
descubrieron que la casa había sido saqueada completamente: faltaban las
cañerías, los muebles, la ropa, los juguetes de los niños.
María Rosa relató además que fueron a Casa
Cuna en La Plata
para averiguar sobre los hijos de Elba; no les dieron ningún dato. Realizaron
gestiones para recuperar el cuerpo de Ramón, sin éxito. Finalmente, lograron
recuperar a los niños y a Julia Paira. Señaló que los tres niños estaban en
condiciones deplorables, mal físicamente, sucios, deshidratados, con una
expresión permanente de desesperación.
Se refirió también a lo que fueron los
siguientes años para Ramón y Leticia, el vivir sin sus padres y recordar el
secuestro de Elba. Leticia había visto cómo golpeaban a su madre y esas
imágenes quedaron grabadas mucho tiempo en ella; también las palabras de uno de
los secuestradores, quien le dijo que le pegaban a su madre por haberse portado
muy mal.
A través de un primo habrían sabido que
Elba estaba viva porque la pudo ver. Indicó además que este primo estaría
relacionado con el saqueo de bienes de las personas secuestradas.
También se refirió a su hermano, Héctor
Gui, quien entonces tenía 18 años. A esa edad comenzó su exilio, primero en
Brasil y luego en Suecia, de donde regresó en 1983. Recordó también los
secuestros de María Nélida Ramírez Abella y Osvaldo Nereo Depratti, de Alicia
Beatriz Ramírez Abella y Héctor Daniel Cassataro y de cómo recuperaron a los
hijos de las dos parejas.
María Rosa afirmó que una familia numerosa
quedó separada después de estas experiencias, los secuestros, el exilio; se
desvincularon por miedo, por temor. Hizo hincapié en que no se puede perdonar
lo que hicieron con sus sobrinos, dejarlos sin padres y mentirles y,
finalmente, agradeció por poder expresar lo que tanto tiempo tuvo en su mente y
su corazón.
Después de una larga jornada, declaró en
último lugar Homercinda de Jesús Pedraza
sobre el secuestro de Adrián Claudio Bogliano y Susana Leiva.
Homercinda de Jesús Pedraza
Homercinda trabajaba en el turno noche en Alpargatas.
Regresaba siempre cerca de medianoche a su casa en Villa Elisa, en donde la
esperaba su esposo, quien había sufrido hacía tiempo un ACV y se movía y
hablaba con dificultad. La noche del 12 de agosto de 1977 la esperaba en la
puerta, asustado. Homercinda relató cómo desde su casa pudo ver que dos hombres
sacaban a Adrián, con las manos sobre la cabeza y lo metían en un auto; luego a
Susana, que salía rengueando. Vio a militares con armas que se fueron después
del secuestro.
Pasados unos días, cuando volvía de su trabajo, se
encontró con una escena similar; vio esta vez cómo saqueaban la casa de la
familia Bogliano. Fueron dos o tres viajes de una camioneta que emplearon en
llevarse todo, la antena de TV incluida y una calesita de las niñas.
La declaración de Stella Maris Carvalho, prevista
para esta audiencia, fue suspendida por razones de salud.
La próxima audiencia fue convocada para el miércoles 23
de abril a partir de las 10.00 hs. Se prevé la declaración de Leonardo Dimas
Nuñez, Rubén Gustavo Jaquenod, María Silvia Bucci y José Luis Barla.
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