Embarazadas

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viernes, 25 de abril de 2014

19° audiencia


La jornada del miércoles 16 de abril de 2014 comenzó con la declaración de Alejandra Slutzky, hija de Samuel Leonardo Slutzky.


Alejandra Slutzky

Indicó que para entender lo que sucedió con su padre y su familia era necesario hacer una contextualización histórica. Por ello se refirió a la trayectoria política e ideas de aquel. Recordó la militancia desde la década del ´60 de Samuel y de su madre, Ana Svensson, la experiencia en Cuba y Taco Ralo, los cinco años de encarcelamiento entre la Cárcel de Devoto y la U9 de La Plata. También los años en que ella y su hermano Mariano lo visitaban en la cárcel y la comunicación que mantenían por medio de cartas. Señaló que esa experiencia constituyó para ellos parte de su formación como personas, una manera de distinguir lo bueno de lo malo. En esos años de cárcel su padre desarrolló nuevas ideas que se diferenciaban de la militancia anterior. Después de la cárcel, Samuel comenzó a trabajar como médico sanitarista en La Plata. 
En esos años su madre tuvo que ser hospitalizada. En 1976 secuestraron a su tío paterno, Daniel Slutzky, y su esposa, Esther Alonso, quienes poco después fueron liberados. Alejandra recordó sus impresiones al verlos: el olor, la mirada, la desesperación. Más adelante ambos se exiliaron en Honduras.
También se refirió detalladamente al operativo que tuvo lugar en su casa en la noche del 21 al 22 de junio de 1977. Ella tenía entonces 12 años. La pareja de su padre, Susana, abrió la puerta; en la casa había cuatro niños, sus hermanos Mariano y Francisco Solano, Juliana -hija del primer matrimonio de Susana-, y ella. Alejandra relató cómo se llevaron a su padre; cree que él tal vez conocía a quien parecía el jefe del operativo.
Luego, el largo camino hacia el exilio. Esa noche fueron a la casa de la asistente de su padre, dos noches después regresaron para ver toda la casa revuelta, días sin comida, ayuda de algunos amigos y gente querida. Mientras tanto, esperaban que Samuel regresara.
Poco tiempo después decidieron mudarse a Capital Federal. En esa época Alejandra continuaba escribiendo cartas a su padre, esperándolo. A través la madre de Susana organizaron su viaje al exterior. Primero fueron a Río de Janeiro y, una vez que fue aceptada la solicitud de asilo político, a Holanda.
Su madre, Ana, permaneció en Argentina, internada. Sus dos hermanos se habían exiliado, sus padres habían muerto. Además Ricardo Andrés Svensson, otro hermano, había sido asesinado en enero de 1977. Ella y Mariano crecerían en Holanda lejos de su madre; con el tiempo perdieron contacto con ella.
Apenas adolescente conoció el mundo de los refugiados políticos; refugiados de Chile, Argentina, Uruguay, todos juntos compartiendo las pérdidas, los sufrimientos y la preocupación constante por los desaparecidos; ella, pensando en que su padre pudiera encontrarlos. Poco a poco se integró en la vida holandesa; estudió mucho, hizo el secundario, luego la universidad y explicó que trabajó en su exilio por vivir en una sociedad más igualitaria y solidaria.
Años después supieron por medio de personas liberadas que su padre había permanecido secuestrado en La Cacha veinte días y que no habría sobrevivido a las torturas. Según quienes tuvieron contacto con él, Samuel temía no sobrevivir nuevamente a las torturas, ya que las había padecido años antes cuando fue encarcelado.
Con el tiempo investigaron en dónde podrían encontrarse sus restos, los buscaron en el Cementerio de La Plata; hoy no tienen ninguna hipótesis firme sobre la cual avanzar. Alejandra calificó la desaparición como el crimen más terrible, porque obliga a imaginar la muerte de los seres queridos. Señaló que frente a la suposición de la muerte se levantan refugios para no aceptarla; en lo profundo de su corazón espera el regreso de su padre.
Entiende que lo que sucedió con Samuel fue un asesinato y quienes saben lo que ocurrió entonces están haciendo uso de un derecho que no tienen, el de quedarse con la verdad.
Mencionó que Carlos Ernesto Castillo, el Indio, y Héctor Raúl Acuña, el Oso, conocían a su padre de su detención en la UP 9. Recordó, como lo hizo su hermano en su declaración el 7 de marzo, la especial fijación que tenía Acuña con su padre y otros presos políticos, su antisemitismo. También señaló que Aníbal Blanco, jefe del GT3, pidió que su padre fuera investigado. Por otra parte, Oscar Carlos Macellari firmó la cesantía de su padre al día siguiente del secuestro, sin investigar lo sucedido con él.
En cuanto a su madre, después de años de separación, pudo conocer hace poco nuevos aspectos de su vida, su militancia, sus contactos con figuras notables de la cultura como Julio Cortázar, quien continuó escribiéndole durante años.
Agradeció además la búsqueda de familiares y compañeros, ya que fueron los que juntaron las primeras evidencias, los que permitieron que se sepa lo que sucedió con su padre y con el resto de los desaparecidos. En el final de su declaración, no quiso dejar de recordar las palabras que su padre le escribió desde la cárcel por la belleza que reflejaban, escritas en un contexto totalmente adverso. Leyó entonces una canción, Carta a la nena nadadora.

A continuación declaró Ernesto Martín Hütter sobre el secuestro de Susana Leiva y Adrián Claudio Bogliano.


Ernesto Martín Hütter

Se refirió a las gestiones que la familia realizó para dar con el paradero de la pareja. Al presentarse en la Comisaría de Villa Elisa para radicar la denuncia del secuestro vio un telegrama en el que se solicitaba libertad para actuar en la zona de la casa de la familia Bogliano; Fontana, de Seguridad Federal, estaría al frente del operativo.
El 18 de agosto, seis días después del operativo, recibieron un llamado telefónico en el que indicaban que Susana estaba bien y que regresaría. Más adelante supieron que la casa fue vaciada, saqueada completamente.
Continuaron las gestiones ante el Ministerio del Interior, el Poder Ejecutivo, la Policía, sin resultados. El 23 de agosto de 1983 fue citado por el Comisario General Alberto Páez de la Policía Federal; éste reconoció que Fontana había participado en el operativo, pero se negó a ofrecerle más datos sobre él; también le hizo la recomendación de que dejara de indagar sobre el asunto para no meterse en problemas.
Su esposa se presentó en el Edificio Libertad, en donde Susana trabajaba, para hacer la denuncia sobre su desaparición. Allí, indicó, se vieron sorprendidos por la noticia.

Las tres declaraciones que se escucharon a continuación se refirieron a la persecución que sufrió la familia Gallego.
Vivían en Ensenada, en un terreno que albergaba tres casas. En la casa del frente vivían Mario Oscar Gallego –militante de la JP y Montoneros- y su esposa, María del Carmen Toselli; tenían dos hijas, María Marcela de seis años y María Andrea de siete. En el medio del terreno estaba la casa de Élida Beatriz Arce y sus dos hijos, Sebastián Gallego de tres años y Hernán Severino Gallego de cuatro; el padre de los niños, Eduardo Luján Gallego –militante del PC-, había muerto poco tiempo atrás. En el fondo, vivían los abuelos, Severino Gallego, jubilado del Frigorífico Swift, y Helvecia Catalina Medina.
Estela Gallego, otra hija de Severino y Helvecia, solía ir a dormir con sus padres cuando su marido, Jorge Néstor Moral –militante del PC y trabajador del Astillero Río Santiago-, trabajaba en el turno noche; llevaba también a sus hijos, Eduardo Mario de un año y Virginia de cinco.
En la madrugada del 12 de agosto de 1976, cerca de las 5 de la mañana, más de veinte hombres armados y disfrazados ingresaron en la casa de la familia Gallego. Decían buscar armas; preguntaban por Mario Oscar y por Eduardo Luján, que había muerto, y también por Jorge Moral. Sólo encontraron ancianos, mujeres y niños.
A María del Carmen Toselli la golpearon frente a sus hijas, la ataron de pies y manos y la llevaron al fondo del terreno, en donde la dejaron sobre un pozo ciego. Más tarde, un hombre corpulento que aparentemente era el jefe del operativo, la cargó en sus hombros y se la llevó. A Élida Beatriz Arce la interrogaron por su marido; no creían que estuviera muerto. La amenazaron con matar a su hijo, apuntándole al pequeño con el arma en la cabeza; dos hombres la violaron. En el fondo encerraron a Estela Gallego con los seis niños; ataron a Severino a un árbol y lo golpearon; golpearon también a Helvecia cuando intentó desatarlo.
Después de revolver y saquear la casa y de secuestrar a María del Carmen Toselli se fueron. Vecinos vieron que los camiones que participaron en el operativo llevaban la inscripción BIM 3.
Antes de esa noche los Gallego habían padecido otros dos operativos; en uno buscaban a un militante de Montoneros que había vivido allí; en el otro buscaban a un hombre de apellido Castillo que vivía cerca.
Después del 12 de agosto, la familia decidió dejar la casa. Fueron a Pinamar, a Entre Ríos; finalmente regresaron y encontraron que todo había sido robado.
María del Carmen permaneció secuestrada por muchos días. Cuando la liberaron estaba irreconocible. Además de haber sido torturada, había pasado todos esos días sin la medicación ni la dieta especial que debía llevar por su diabetes. Creyó haber estado en el BIM 3 y reconocer unas escaleras y camas similares a las de un hospital.
Por otra parte, ya hacía tiempo que Mario Oscar Gallego era perseguido. Por eso la familia no sabía en dónde permanecía y mantenía comunicación con él a través de esquelas que se dejaban en la tumba de su hermano, Eduardo Luján. Después del operativo de agosto de 1976 la comunicación con él continuó. En marzo de 1977 se encontró con sus hijas y planeó posteriormente pasar su cumpleaños, el 14 de abril, en su casa con toda la familia. Ese día cumplía 35 años. Pero Mario no fue.
Años más tarde, en 1983, recibieron una carta de Ana María Caracoche. En ella les contaba que Mario había estado secuestrado en La Cacha, que estaba desde antes de que ella llegara y que permanecía allí cuando ella salió. Pudieron reconstruir por testimonios de liberados que permanecía allí con una fuerza espiritual extraordinaria, que cantaba, intentaba hacer gimnasia, era respetado por sus convicciones.
Treinta años después se entrevistaron con Ricardo Victorino Molina, quien les contó sobre los últimos momentos antes del secuestro. Mario quería tener algo de dinero para enviar a su familia; entonces acordaron hacer trabajos de reparación en el departamento de una persona conocida. Trabajaron allí muchos días y cuando estaban por finalizar, Mario no quiso dejar la salida de los gases de un calefón sin arreglar. Ese día salió a buscar la pieza que necesitaba. Después de esperarlo, Ricardo se dio cuenta de que no regresaría; la moto que usaban permanecía estacionada en el mismo lugar. Al preguntar en la zona si lo habían visto, nadie supo darle ninguna información.


Hernán Severino Gallego

En la audiencia, Hernán Severino Gallego, hijo de Eduardo Luján Gallego y Élida Beatriz Arce, se refirió fundamentalmente al operativo que afectó a toda la familia. En aquel entonces él tenía 4 años y recuerda hasta hoy ruidos que no puede silenciar. Vio cómo golpearon a su tía, a sus abuelos; relató cómo torturaron y violaron a su madre, cómo amenazaron a su hermano. Recordó también haber visto a su tío Mario mientras se ocultaba de las fuerzas de seguridad; cómo acompañaba a su abuela al cementerio y veía la comunicación secreta que ella mantenía con Mario. Rememoró la lucha de esa abuela, la esperanza de volver a ver a su hijo. Destacó la importancia de declarar, de estar sentado frente a la justicia y reivindicó a quienes lucharon por todos.



Estela Gallego

Por su parte, Estela Gallego, casada con Jorge Moral y hermana de Mario Oscar Gallego, también recordó la noche del operativo. Describió la crueldad y brutalidad con la que fueron atacados entonces. También se refirió a la persecución que ella y su marido vivían, la precaución que tomaban de no dormir en su casa por miedo.
Días después del operativo en la casa de sus padres, su casa fue saqueada el 16 de agosto de 1976. Los vecinos le dijeron que el camión que llevaban tenía la inscripción del BIM 3.
Ella, su marido, sus hijos y sus suegros consiguieron alquilar una casa en la zona de El Dique. Dos días después, el 18 de agosto de 1976, cuatro hombres, camuflados, se presentaron allí preguntando por su marido. Lo metieron en el baúl de un auto y se lo llevaron.
Treinta años después, en un acto en el Astillero Río Santiago, supo que Gabriel Oscar Marotta lo escuchó; indicó que pasaban lista de las personas secuestradas y éstas debían decir el número que les habían asignado; Jorge gritó su nombre y fue golpeado. Al día siguiente aún permanecía allí, pues escuchó que dijo su número cuando pasaron lista.


María Andrea Gallego

También María Andrea Gallego, hija de Mario Oscar Gallego y María del Carmen Toselli, se refirió al operativo de junio de 1976. Refirió sus recuerdos, cómo despertaron ella y su hermana, cómo golpearon a su madre. Indicó que después del secuestro María del Carmen perdió dos riñones y quedó ciega; su salud quedó muy quebrantada y murió poco tiempo después en sus brazos. Su madre amaba y seguía esperando a su padre. Ella y su hermana permanecieron un tiempo con los abuelos maternos y luego se criaron separadas; María Marcela con los Toselli y ella con los Gallego. Años más tarde pudieron reencontrarse.

En esta causa sólo se investiga la responsabilidad de los imputados en la aplicación de  tormentos y privación ilegal de la libertad de Mario Oscar Gallego.

A continuación declaró Liliana Beatriz Méndez, casada con Eduardo César Cédola, ambos secuestrados en La Cacha durante 1977.


Liliana Beatriz Méndez

El 13 de septiembre de 1977, después de medianoche, tocaron el timbre de su departamento; dijeron ser de la policía. Al abrir ingresaron cinco o seis personas vestidas de verde y de civil y con armas largas. Revisaron la casa y la secuestraron a ella y a su marido. A ella la llevaron en el asiento trasero del auto, a su marido en el bául. Dejaron a sus hijos con el vecino del primer piso, quien avisó a la familia Cédola.
Liliana recordó que ella no militaba; por su parte, Eduardo había participado en 1969 en la JP; trabajó en el Hipódromo y luego en el Astillero Río Santiago, en donde había vivido situaciones de amedrentamiento. Desde un mes antes de su secuestro debió preparar a un persona, poniéndolo al tanto de todo el trabajo que él realizaba.
En el trayecto, Liliana pudo reconocer la dirección que tomaban hacia afuera de la ciudad. Llegó a La Cacha separada de su marido. Después supo que lo torturaron y que le preguntaban por Laura Cédola, su prima, el esposo de ésta y una mujer llamada Viki; en el presente cree que tal vez se trataba de Victoria Navajas Jauregui, amiga de la joven que cuidaba a sus hijos.
Liliana relató que ella también fue torturada con picana. Recordó el temor que tenía al haber escuchado que un guardia obligaba a una mujer a besarlo. Permaneció luego esposada en un salón grande, que describió detalladamente. Los otros secuestrados le preguntaron sus datos y más adelante supo que su marido también estaba allí. Pasaron días con mucho miedo, temiendo que la volvieran a interrogar.
Recordó que por medio de los guardias supo que sus hijos estaban bien, aunque enfermos; cuando ella fue secuestrada uno de ellos tenía varicela. Cree que por medio de primos de su madre, que eran policías, obtuvieron esta información.
También se refirió a las personas que tenía a su alrededor, Ernesto Carlos Otahal, Susana Leiva, Adrián Bogliano. Indicó que el 22 de septiembre cree que gente con importancia realizó una visita al lugar; recuerda el silencio total de aquel momento. Ese mismo día decían que enviarían a muchos a sus casas, como a Susana Leiva y Adrián Bogliano.
En su declaración detalló las condiciones en las que permanecían secuestrados, la comida que les daban; se comentaba que provenía del ejército. Indicó además que a un sector del lugar le decían La Cueva; era la parte inferior, una especie de sótano en el que también había gente.
Entre los guardias y torturadores mencionó a Palito.
El 26 de septiembre, cerca de las 20, los llevaron a su marido y a ella en un auto; los encapucharon e hicieron bajar en 131 y 36; les dieron dinero para el taxi que los llevaría a su casa. Dos días después fueron citados por la Comisaría 2da de La Plata, en donde tuvieron que declarar que se encontraban en buenas condiciones.
Su marido volvió a trabajar en Astillero Río Santiago con aparente normalidad, en el mismo puesto. Pero las condiciones de trabajo fueron cada vez más hostiles, principalmente de parte del contador que lo reemplazó durante su secuestro. Finalmente renunció.
Liliana recordó que continuaron viviendo duramente, con algunos ahorros; su marido siguió sus estudios con mucho esfuerzo hasta recibirse en la facultad de Ciencias Económicas de la UCA. Luego consiguió trabajo en el Ministerio de Economía de la Provincia y luego en el de Nación.
Señaló que el miedo fue una de las consecuencias más palpables; el carácter de su marido cambió, se volvió más temeroso. En cuanto a las consecuencias familiares, destacó la incomprensión de la gravedad de la situación que habían vivido.

Al finalizar su exposición, le fueron exhibidas fotos para ver si podía reconocer entre ellas a alguna de las personas que participaron en su secuestro y tortura. A pedido del defensor Juan José Losinno se impidió la televisación del reconocimiento.

Luego fue el turno de María Rosa Gui, prima de Elba Leonor Ramírez Abella.


María Rosa Gui

Se refirió al contexto de persecución política en el que se vivía. Señaló a un conocido de la familia, el policía Horacio Hernández, como posible infiltrado que quiso obtener información sobre los invitados a su fiesta de casamiento en el mes de enero de 1977. Señaló que en los meses de febrero y marzo desaparecieron algunos de sus amigos.
En cuanto a su prima Elba Leonor, la vio por última vez en abril en casa de su madre, con sus dos hijos -Ramón y Leticia- y una amiga, Liliana Pizá. Supo de su secuestro al leer el diario El Día; allí se hablaba de un enfrentamiento en Berisso, en el que habían muerto dos hombres, Arturo Baibiene y Alberto Paira. Su marido y su suegro lo habían escuchado en Radio Colonia.
Con su madre se dirigieron a la casa de Elba. Ya habían pasado unos días, pero el barrio continuaba convulsionado. Estaban desesperadas por encontrar a Elba y los niños, de los que no se decía nada en el diario. Después de vencer cierta reticencia, lograron que los vecinos les contaran que la cuadra había sido rodeada por camiones verdes del Ejército; habían entrado en la casa y se habían llevado de allí a Elba encapuchada en un Ford Falcón. Los niños fueron dejados con una vecina; ésta les dijo luego que los chicos estuvieron allí, pero que personas desconocidas se los llevaron.
Con mucho temor entraron en la casa; vieron algunos pañales de tela colgados, otros retorcidos en el suelo; no encontraron balas ni marcas en las paredes del supuesto enfrentamiento. Pero sí descubrieron que la casa había sido saqueada completamente: faltaban las cañerías, los muebles, la ropa, los juguetes de los niños.
María Rosa relató además que fueron a Casa Cuna en La Plata para averiguar sobre los hijos de Elba; no les dieron ningún dato. Realizaron gestiones para recuperar el cuerpo de Ramón, sin éxito. Finalmente, lograron recuperar a los niños y a Julia Paira. Señaló que los tres niños estaban en condiciones deplorables, mal físicamente, sucios, deshidratados, con una expresión permanente de desesperación.
Se refirió también a lo que fueron los siguientes años para Ramón y Leticia, el vivir sin sus padres y recordar el secuestro de Elba. Leticia había visto cómo golpeaban a su madre y esas imágenes quedaron grabadas mucho tiempo en ella; también las palabras de uno de los secuestradores, quien le dijo que le pegaban a su madre por haberse portado muy mal.
A través de un primo habrían sabido que Elba estaba viva porque la pudo ver. Indicó además que este primo estaría relacionado con el saqueo de bienes de las personas secuestradas.
También se refirió a su hermano, Héctor Gui, quien entonces tenía 18 años. A esa edad comenzó su exilio, primero en Brasil y luego en Suecia, de donde regresó en 1983. Recordó también los secuestros de María Nélida Ramírez Abella y Osvaldo Nereo Depratti, de Alicia Beatriz Ramírez Abella y Héctor Daniel Cassataro y de cómo recuperaron a los hijos de las dos parejas.
María Rosa afirmó que una familia numerosa quedó separada después de estas experiencias, los secuestros, el exilio; se desvincularon por miedo, por temor. Hizo hincapié en que no se puede perdonar lo que hicieron con sus sobrinos, dejarlos sin padres y mentirles y, finalmente, agradeció por poder expresar lo que tanto tiempo tuvo en su mente y su corazón.

Después de una larga jornada, declaró en último lugar Homercinda de Jesús Pedraza sobre el secuestro de Adrián Claudio Bogliano y Susana Leiva.


Homercinda de Jesús Pedraza
Homercinda trabajaba en el turno noche en Alpargatas. Regresaba siempre cerca de medianoche a su casa en Villa Elisa, en donde la esperaba su esposo, quien había sufrido hacía tiempo un ACV y se movía y hablaba con dificultad. La noche del 12 de agosto de 1977 la esperaba en la puerta, asustado. Homercinda relató cómo desde su casa pudo ver que dos hombres sacaban a Adrián, con las manos sobre la cabeza y lo metían en un auto; luego a Susana, que salía rengueando. Vio a militares con armas que se fueron después del secuestro.
Pasados unos días, cuando volvía de su trabajo, se encontró con una escena similar; vio esta vez cómo saqueaban la casa de la familia Bogliano. Fueron dos o tres viajes de una camioneta que emplearon en llevarse todo, la antena de TV incluida y una calesita de las niñas.

La declaración de Stella Maris Carvalho, prevista para esta audiencia, fue suspendida por razones de salud.


La próxima audiencia fue convocada para el miércoles 23 de abril a partir de las 10.00 hs. Se prevé la declaración de Leonardo Dimas Nuñez, Rubén Gustavo Jaquenod, María Silvia Bucci y José Luis Barla.

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